domingo, 7 de noviembre de 2010

The Mission (La Misión, 1986)

    Comenzamos el mes de Noviembre hablando de un compositor que ya ha hecho historia en el mundo del cine, Ennio Morricone, y de una de sus más sobresalientes partituras: La Misión.
    Hacia finales de 1984, principios de 1985, Roland Joffé utilizó la primera secuencia que grabó de su nueva película para convencer a Morricone de que musicara el film. Jeremy Irons penetraba en un rincón de selva virgen y (en la grabación inicial) interpretaba al oboe un fragmento del Adagio de Marcello. Los curiosos indígenas quedaban prendados de la capacidad emotiva de aquel sonido, de aquella música, hasta el punto de quebrar el instrumento por creerlo poseedor de una magia extraña… Cuenta el director que Morricone se emocionó al ver aquella secuencia, hasta el punto que tuvo que sacarse sus gafas para secar las lágrimas con un pañuelo… “Debo de ser de los pocos mortales que he visto al maestro sin su montura de pasta negra”, confiesa Joffé. Morricone quedó pasmado. “Es una película demasiado bella, la música de Marcello resulta insuperable… ¿Cómo me pide usted que componga una música para sustituirla en esta escena?" aseveró Morricone en un tono inquisitivo. No obstante, el compositor se superó a sí mismo: esa escena inspiraría una de las más bellas melodías que se han escrito para la música de cine: Gabriel's Oboe (El Oboe de Gabriel).   
    Hay una música absoluta y otra aplicada. Así reza el credo de Morricone. La música de cine es música aplicada, al servicio de la obra de otro autor (guionista o director). En la música absoluta el músico es libre, pero en la aplicada debe aprender que no es él quien manda. La música absoluta tiene, según Morricone, un discurso científico; sigue un proceso investigador. Sin embargo, en toda composición el autor debe siempre cuestionarse íntimamente el porqué de cada nota en la partitura diseñada. Añade que ese porqué no conduce a un significado (como el oyente cree percibir), sino a un propósito artístico. “La música es abstracta, no tiene significado, por más que se busque", dijo en una ocasión. Morricone se define partidario de una música tonal, con progresiones armónicas que revisa siempre una y otra vez. “No se puede ser músico y prepotente; la música exige la humildad de consultar con otros músicos o instrumentistas sobre la idoneidad de la pieza compuesta… Nunca doy una composición por terminada sin un diálogo a ese propósito”.  
    Por ese motivo, la música de La Misión debe mucho a dos fuentes musicales en las que Morricone sació su sed de inspiración: el grupo inglés especializado en folklore andino Incantation y el músico contemporáneo (a la par que arreglista de bandas de rock y director de orquesta) David Bedford. Morricone quedó prendado del virtuosismo de Tony Hinnigan y Mike Taylor (Incantation) en la instrumentación étnica. Por otra parte, conocía la faceta de director de coros de Bedford a raíz de la BSO de Los gritos del silencio (la primera película de Joffé), y le encargó tamizar, afinar y resaltar las distintas voces que concursan en la música de la película. ¿El resultado de La Misión?: Una banda sonora clave en toda crónica melocinematográfica, aunque sólo fuera por haber inducido al joven Hans Zimmer a trabajar para la gran pantalla.
    La Misión consta de cuatro temas que son ejes de toda la progresión musical del film: Falls, Penance, Gabriel’s Oboe y Guaraní. Falls, el tema de las cataratas, refleja la profundidad de campo en que transcurre la acción; es la banda sonora que nos muestra la esencia de una naturaleza inquebrantable, poseedora de un poder sin estridencias y que todo lo envuelve, como la misma selva, como un vapor, utilizando instrumentos exóticos combinados con la sutil sonoridad del arpa y los metales al final.  Morricone, que es muy dado a revisar temas anteriores en sus temas nuevos, autotributa en este fragmento su música para El desierto de los tártaros.
    Penance es el tema de la constricción, de la culpa con que Mendoza (Robert de Niro) carga en su particular descenso (aunque en realidad sea una ascensión) a los infiernos. En este caso, la música autotributada corresponde a Novecento. Convertido en misionero, Mendoza es reconocido por uno de los indígenas a los que persiguió y éste le interroga: “¿Por qué apareces vestido de misionero?” El ex traficante le responde: “Mi nuevo hábito protege a gente como tu de individuos como yo”… Música oscura, con un principio tétrico a cargo de contrafagotes y fagotes tamizados con los cellos y apoyados, aquí y allá, por la sonoridad del timbal y de los violines.
    Gabriel’s Oboe, tenida por tema principal de La Misión, tiene una falsa apariencia barroca. Morricone decide aparcar la belleza lírica de un Adagio de Marcello y recurrir al folklore mestizo de los temas religiosos con los que los misioneros desembarcaron en Iberoamérica y que los sincopados sonidos indígenas acabaron por reconquistar. La aportación de Hinnigan y Taylor (Incantation) se hace notar, aunque no tanto como en Guaraní. Una variación expectacular de este tema se produce en On Earth as it is in Heaven, donde Morricone combina la melodía del Oboe del tema señalado con un contrapunto en el que la potencia de los coros, apareciendo poco a poco desde atrás, combinada con el timbre dulce y apagado del oboe, nos hace respirar un aire majestuoso y nos muestra en escena toda la potencia y belleza de la Naturaleza en estado puro.  
    Rebosante de sonoridades étnicas, Guaraní marca el compás rítmico de la BSO a modo de estrofa e imprime velocidad en secuencias de acción, como la persecución del río o las emboscadas selváticas. En otra escena, un hermano jesuita subraya cómo el padre Gabriel se sirve de la música para someter a los indígenas. “Si en vez de un oboe tuviera una orquesta, hubiera podido someter a todo el continente”, responde el interfecto.
    Toda la banda sonora se alimenta de estos cuatro temas, a excepción de Brothers (tema intimista al estilo de Cinema Paradiso) y Carlotta (mujer, traición, celos evocados por una guitarra española con acordes de conspiración). 
    Para el maestro romano, no fue un trabajo nada fácil. Tuvo que trasladarse hasta Londres (es sabido que Morricone es poco amigo de viajar) para grabar la música de la película en los estudios CTS de Wembley. Allí se sirvió de  fantásticos colaboradores: la London Philarmonic Orchestra, los coros de London Voices y la Barnett School’s Choir, Tony Hinnigan y Mike Taylor, del grupo Incantation, y el director de orquesta David Bedford. Pero todos estos esfuerzos darían un tremendo resultado: todavía hoy, Morricone reconoce esta BSO como su mejor trabajo, y nosotros la catalogamos como una de las mejores, solamente un poquito por debajo del trabajo de John Williams en Star Wars. Como anécdota, la decepción que padeció Morricone en 1986 al perder el OSCAR al que estaba nominado por esta BSO hizo historia…

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